jueves, 23 de febrero de 2012

Amanece




Estaban tirados sobre el piso, al lado de la cama. Inmóviles, miraban hacia afuera a través de la ventana. La ventana daba al este. Y desde el este comenzaba a aclararse el cielo. No quiero verlo, dijo él. Ella lo abrazó. Volvió a besarle la frente y le dijo: cerrá los ojos. Habían estado toda la noche despiertos. Habían intentado hacer el amor y no: la noche se prestaba para otro tipo de cosas. 

Así que la pasaron fumando, charlando, masticando chicles sabor a fruta; todo el tiempo desnudos, primero en la cama, después en el suelo. Ahora amanecía y ellos sentían el avance de la claridad. Él seguía con los ojos cerrados. Dormitaban. Él dijo, de repente: no quiero verlo, no me dejés… 

Ella le rascó la cabeza. Un rayo anaranjado se filtraba por entre las cortinas. Pegado al piso, avanzaba lentamente hacia los pies de su compañero. Él abrió los ojos. Negó con la cabeza y encogió las piernas: las alejó del posible roce con la luz. No quiero, no, repetía. Ella estiró la mano hasta alcanzar un cigarro a medio fumar. Buscó el encendedor entre las sábanas, prendió el cigarro y le dijo: no abrás los ojos, todavía no ha pasado lo peor. 

 Gabriel Guanca Cossa


 *Una fotografía de Daniel Burgos

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