martes, 21 de febrero de 2012

Escrito (r) menor





No sabe que nunca llegará lejos. Ha perdido muchos poemas, regalado unos cuantos, enamorado mil veces con los mismos versos idiotas. Y ella que de verdad podría leerlos (de verdad, como tocar una piedra y descubrir que no se parece a otra piedra, que no se parece a nada) cree en él. Le jura que publicará, que estará en bibliotecas y antologías, que ganará concursos. Se lo jura con la mirada, le promete amor y compañía, que sabe que son lo mismo. Pero él no lo sabe, los distingue: piensa que el amor no se toca, que está solo. Y en realidad, lo está, pero ella viene, trae siempre despreocupación, trae día a día en una cartera tejida con hilos color tierra, donde guarda un juego de llaves que siempre cree perder y se alarma, mientras él ríe; un celular que él está seguro es hijo del diablo y sufre cada vez que lo ve; y sueños que la hacen dormir antes de cada encuentro, aunque ahora él piensa que esos sueños más bien los tiene metidos entre las tetas dulces y saladas y no en una cartera tejida con hilos color tierra. Allí no cabrían. Por eso no le gusta salir a la calle si no es con ella por eso no me gusta salir a la calle si no es con vos por eso se queda todo el día encerrado leyendo a Catulo, masturbándose, fumando un cigarro cada cuatro horas para no perder la costumbre por eso me quedo todo el día encerrado leyendo a Catulo, masturbándome, fumando un ciagarro cada cuatro horas para no perder la costumbre. A veces, muy pocas, escribo. 

Ezequiel Nacusse


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