viernes, 16 de marzo de 2012

Carta a Haroldo Conti




Escuchamos el ruido del motor creciendo desde lejos. Estàbamos en el muelle, de pie, esperando. Haroldo balanceaba el farol con un brazo; con el otro envolvìa a Marta, que temblaba de frìo.
El faro buscahuellas atravesò la neblina y nos encontrò.
Saltamos a la lancha.
Por un instante alcancè a ver el bote destartalado, bien tirante de la cuerda; en seguida se lo tragò la neblina. En ese bote yo remaba, todas las tardes, hasta la isla del almacèn.
La neblina brotaba del rìo oscuro, como un hervor.
Hacìa mucho frìo en la lancha. Los pasajeros cuchicheaban. El frìo golpeaba màs porque se estaba acabando la noche. La Cruz del Sur descendìa lentamente tras las negras siluetas de los àlamos.
Remontamos un arroyo angosto, luego otro màs ancho, y desenbocamos en el rìo. Al mismo tiempo irrumpiò en el aire la primera claridad del dìa.
La vaga luz iba desnudando las casitas de madera medio comidas por las crecientes, una iglesia blanca, las hileras de àlamos, los sauces llorones. Poquito a poco se iluminaban los penachos de las casuarinas.
Me alcè en la popa. Se sentìa un olor a limpio. La brisa fresca me daba en la cara. Me entretuve mirando el tajo de espuma que perseguìaa la lancha y el brillo creciente de las ondas del rìo. Por el aire iba subiendo un calor lento.
Haroldo se habìa parado a mi lado. Me hizo volverme y lo vi, un enorme sol de cobre estba invadiendo la boca del rìo.
Haroldo conoce como pocos este mundo del delta. Sabe cuàles son los buenos lugares para pescar y cùales los atajos y los rincones ignorados de las islas; conoce el pulso de las mareas y las vidas de cada pescador y cada bote, los secretos de la comarca y de la gente. Sabe andar por el delta como sabe viajar, cuando escribe, por los tùneles del tiempo. Vagabundea por los arroyos o anda dìas y noches por el rìo abierto, a la ventura, buscando aquel navìo fantasma en que navegò allà en la infancia o en los sueños; y mientras persigue lo que perdiò va escuchando voces y contando historias a los hombres que se le parecen.
Triste, solo y manso, Haroldo vive al ritmo del rìo, que corre sin apuro. Cuando llega la violencia, le sube de a poco, como crece suavemente el agua, pero que se cuiden los hijos de puta: la corriente alzada arranca àrboles y casas: lo he vistoe mbestir y le conozco las furias.
¿Cuàntos naufragios sufriò mi hermano Haroldo, ademàs de aquel que le rompiò el barco contra las costas del Brasil? ¿Cuàntas veces creyò descubrir, en la bruma, la perdida nave azul? ¿Cuàntas veces se reventò contra las rocas? ¿Para que escribe mi hermano Haroldo si no es para salvarse y salvar lo quemerece ser salvado?.
Los pescadores van y vienen por el Paranà. ¿Què aventuras prometen o devuelven, hermano Haroldo, el rìo barroso y la alta mar? ¿Encontraràs lo que venìs persiguiendo, un mediodìa cualquiera, en el centro de las aguas o del cielo? ¿O has descubierto ya que tu navìo imposible viaja por los caminos del jodido mundo? ¿Es dura la travesìa hermano? ¿Andar duele? Al final del recorrido no està la etrenidad sino nosotos. No te detengas. No te vayas a caer, que te andamos precisando.
El rìo se vuelca en la gran vertiente y moja y abraza las islas solitarias. Asì nos dan tus palabras agua y calorcito.
¿Està muerto? Quien sabe. Hoy hace una semana que lo arrancaron de su casa. Le vendaron los ojos y los golpearon y se lo llevaron. Tenìan armas con silenciadores. Dejaron la casa vacìa. Robaron todo, hasta las frazadas. Los diarios no publicaron una lìnea. Las radios no dijeron una palabra. El diario de hoy trae la lista completa de las victimas del terremoto de Udine, en Italia.
Hoy Marta me estrujò llorando, y me dijo: "Dame fuerzas". Ella estaba en la casa cuando ocurriò. Tambien a ella le habìan vendado los ojos. La dejaron despedirse y se quedò con un gusto a sangre en los labios.
Hoy hace una semana que se lo llevaron y yo ya no tengo còmo decirle que lo quiero y que nunca se lo dije por la verguenza o la pereza que me daba.


Eduardo Galeano

Buenos Aires, 12 de mayo de 1976

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