Todavía tengo este dolor desorientado
y la boca seca...
Estoy recién salido
de una ascensión algodonada,
del paisaje donde
el blanco lo pisa todo
y uno no termina de
ser engullido.
Ahora me aquieto en
esta síntesis
diagramándose de
voces superpuestas
y de pasos que
gotean con el suero,
cayéndome ajenos
por la baja guardia
de la yacencia.
Hay un pedazo de
conciencia que se me debe,
atrasado entre el
caucho frenado,
los metales
retorcidos del auto
y los de la rastra
cañera;
como si a la luz
del oxígeno
la enterrara
temporalmente
un golpe de ceniza.
Supongo que es
domingo.
Los azulejos de la
sala del hospital
se cuadriculan con
las filas de las hormigas del hielo.
El alto yeso del
techo,
el ácido olor de
las esterilizaciones
y el cavernoso
hueco del que abandonó la cama de al lado
se intercalan
perteneciéndome.
Sí, debe ser
domingo,
la descuidada lluvia
afuera
va como afirmándolo.
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