:::LITERATURA PARA ESCUCHAR:::
[clic abajo]
[Una lectura de Gonzalo Alderete]
CAPÍTULO 2 - 1a. Parte
Gusmán y una historia anclada en la última dictadura militar cuyas huellas reaparecen veinte años después. El olvido, la memoria y el silencio obligado del horror.
En un artículo de Tiempos presentes, Hannah Arendt cita a Faulkner: “El pasado nunca está muerto, ni siquiera está pasado”; y luego agrega: “la función del pasado es no soltarnos”. Cualquiera de estas dos afirmaciones, tan certeras como inquietantes, podría aplicarse a cada uno de los personajes de este relato de Luis Gusmán.
Incluso, cuando esos personajes se opongan entre sí –con la nitidez y el dramatismo con que los victimarios se oponen a las víctimas–, al menos en eso pueden llegar a asemejarse: para ninguno de ellos el pasado termina de pasar. El título del libro de alguna manera lo anticipa: hay cosas (para el caso, un nombre) que no se pierden ni con la muerte.
De esta manera aborda Gusmán una historia anclada en la última dictadura militar, pero cuyas huellas se prolongan o reaparecen unos veinte años después. Lo que cuenta Gusmán es la presencia de ese pasado en el presente; su manera de no estar muerto, o ni siquiera pasado.
Así, los torturadores vuelven a atormentar a sus víctimas, las víctimas regresan al lugar donde lo fueron, y la desgarradora esperanza de reencontrar a un desaparecido no termina de esfumarse. Se trata, en este sentido, de un relato construido sobre la persistencia, aunque su escritura se aproxime por momentos a las formas de lo provisorio; se trata de contar la compleja duración de algo que ya pasó.
Los personajes de esta historia a veces recuerdan y a veces olvidan, a veces reconocen y a veces no reconocen. Pero lo que va del pasado al presente es para Gusmán mucho más que una cuestión de memoria o de olvido. En esta historia el pasado dura, y no solamente porque se lo deje o no se lo deje de recordar. Dura en las costumbres de años que no se abandonan, en los rituales que pasan de abuela a nieto, en los personajes que actúan exactamente igual que lo hicieron tiempo atrás, o en un nombre que se inventó para que existiera tan sólo un día y que, sin embargo, se mantiene por años.
Sobre todas estas formas de la constancia o del retorno, Gusmán deja ver lo que sí cambia: cómo quien tuvo miedo ya no lo tiene, cómo quien fue arrogante de pronto se muestra temeroso, cómo una costumbre o un nombre pueden también cambiar, y cómo puede cambiar incluso una cara; cómo cambian los tiempos y con los tiempos las cosas. Entre lo que permanece y lo que se modifica, Ni muerto has perdido tu nombre encuentra el núcleo dramático –el de la desaparición, el de la muerte– de lo que resulta irreversible.
En este relato, no solamente los asesinos vuelven al lugar del crimen: también vuelven las víctimas. En ese lugar se encuentran todos. Y Ni muerto has perdido tu nombre es la historia de ese terrible encuentro.
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario