Señoras, señores:
Un amigo mío, el
gran escritor belga Henri Michaux, escribió un libro titulado Un bárbaro en
Asia. Yo lo traduje al castellano y me llevó largo tiempo comprender que era
irónico el título. El contaba sus experiencias en la China y la India. Pero lo
repito ahora con este candor, con toda inocencia, porque yo también me he
sentido un bárbaro en el Asia, concretamente en el Japón. Eso no me ha
entristecido. El hecho de compartir de algún modo una cultura que me parece
harto más compleja que la nuestra, me alegró. Yo he pensado muchas veces: qué
importa que yo sea desdichado si alguien es feliz, qué importa que yo sea
desdichado si existe la felicidad, qué importa que yo sea relativamente un
bárbaro si existe la cultura.
Pasé aquella
temporada en Japón, donde me sentía continuamente agradecido, continuamente
atónito, continuamente indigno de lo que yo podía ver a través de mi ignorancia
y de mi ceguera. Yo voy a empezar con un mínimo ejemplo; espero que ustedes me
hagan preguntas después. Yo no podré resolver ningún enigma, ya que el Japón es
un enigma para mí. Pero un enigma que puede ser encantador. Por ejemplo, si
tomamos los versos de Jaimes Freyre, que suelo recordar siempre:
"Peregrina paloma imaginaria / que enardece entre los últimos amores /
alma de luz de música y de flores / peregrina paloma imaginaria;" o aquel
verso del famoso poeta irlandés William Butler Yeats, nos preguntamos qué
quieren decir y no sabemos, pero eso es lo de menos, notamos que hay un enigma
y ese enigma nos encanta.
Yo de algún modo me
he ido preparando para esa sorpresa casi total que es el Japón. Mi primer
encuentro con Japón fue con una pantalla japonesa que había en casa, la que, me
di cuenta, era apócrifa. Luego con un libro: Tales of Old Japan.
Desgraciadamente me he olvidado de los argumentos de esos cuentos de hadas pero
recuerdo las ilustraciones, unos demonios verdes, debidamente demoníacos,
debidamente japoneses. Recuerdo esas ilustraciones como si estuviera viéndolas.
Es un poco triste reflexionar que uno lee un libro y lo que queda es que estaba
encuadernado de verde, que estaba en tal o cual anaquel y que lo demás se ha
ido o no se ha ido, quizá lo hayamos incorporado. De Quincey creía que la
memoria era perfecta y comparó el cerebro humano con un palimpsesto. La memoria
va siendo una pila infinita de palimpsestos, uno encima de otro, pero nada se
pierde. Un estímulo y de pronto uno recuerda algo. Todo está en la memoria. De
modo que algo de aquellos cuentos queda en mí.
Luego, mi otro
encuentro con Japón fue cuando leí libros de Lafcadio Hearn, en cuya casa
estuve. Me impresionaron mucho, sobre todo uno con hermoso título: Some Chinese
Ghosts (Algunos fantasmas chinos). Creo que la fuerza está en la palabra some,
"algunos", pues Chinese Ghosts no tiene por qué impresionarnos.
Algunos los vuelve más precisos y a la vez más lejanos.
Un discípulo de
María Kodama, japonés, a quien le había enseñado castellano, me preguntó cierta
vez si no tenía interés en ir a Japón, y yo le contesté que no estaba
totalmente loco, que naturalmente que sí, y pensé que había dicho eso para
llenar un hueco. Pero al cabo de unos meses llegó una invitación de la Japan
Foundation, y nos ofrecieron aquello que yo había creído increíble: un viaje al
Japón. Fuimos María Kodama y yo. Pero ella tiene jóvenes ojos, una joven
memoria; en cambio yo, viejos ojos ciegos; mi memoria es pobre, pero traté de
no ser indigno de aquel viaje. Visitamos siete ciudades. Yo he escrito un libro
con Alicia Jurado titulado Qué es el budismo; había un capítulo sobre budismo
zen, una de la sectas típicas del Japón. Siempre me interesó el budismo, que es
una religión que no exige de nosotros ninguna mitología; las otras religiones
exigen mitología. Por ejemplo, el cristianismo nos exige la creencia en una
divinidad que se hace hombre, tenemos que creer en premios y castigos. Pero el
budismo no nos exige ninguna mitología y la permite también. Una prueba de
tolerancia, que es una de las virtudes del Japón, es el hecho de que hay dos
religiones oficiales. Una es el shinto, una suerte de panteísmo; creo que hay
ocho millones de dioses, lo cual para nosotros es casi infinito y el infinito
se parece bastante a cero. Creo que el Emperador profesa la fe del Buda y el
shinto. Si además de eso un japonés quiere convertirse a cualquiera de la
sectas cristianas, puede, ya que se considera que todas son facetas de la misma
verdad.
Nuestro viaje se
había organizado un poco alrededor de ese mísero librejo de Alicia Jurado y mío
que había sido vertido al japonés; sin duda, quienes lo tradujeron sabían mucho
más que nosotros sobre el tema. Les interesaba saber qué podía pensar un
occidental, un mero bárbaro, de la fe del Buda, y así pudimos visitar ciudades,
ríos, santuarios, monasterios, jardines. Yo pude conversar con un monje de un
monasterio budista. Este muchacho, de unos treinta años, había estado dos veces
en Nirvana; me dijo que él no podía explicármelo, y yo le entendí. Toda palabra
presupone una experiencia compartida. Si yo digo "amarillo", se
entiende que el interlocutor ha visto el color amarillo. Si no lo ha visto, la
palabra es inútil. Bien, él no podía explicarme nada porque yo no había
alcanzado el Nirvana. Me dijo que después de esa experiencia, le acontecían las
mismas cosas que al resto de los hombres, sin excluir el dolor físico, el
placer físico, la soledad, la incertidumbre y por qué no, el dolor, la
traición; todo eso le es dado con no menos generosidad que a los otros hombres.
Pero como él había estado en Nirvana sentía todo eso de un modo distinto, de un
modo que no podía explicarme. El podía hablar de eso con otro monje en un
monasterio lejano; cuando se encontraban podían hablar de esa experiencia, pero
yo estaba excluido.
Bueno, he usado
hace un rato, la palabra jardín. Hay un admirable jardín japonés aquí en
Palermo que ha sido donado por el gobierno japonés, pero ya me doy cuenta de
que usar la palabra, el concepto jardín es distinto al nuestro. Hay páginas de
Chesterton en que habla de "amplios y ociosos jardines". Si uno
piensa en los jardines como un lugar donde uno se pierde
(hay jardines en
Inglaterra como laberintos), piensa en el jardín como un lugar donde errar; en
cambio, si no me equivoco, los jardines japoneses están hechos más bien como
espectáculos, están hechos sobre todo para la vista, y hay uno, cuyo nombre he
olvidado, en el cual no se entra, se lo ve desde afuera; creo que hay cinco
piedras. En el jardín japonés la piedra es un elemento constante, de igual modo
que el agua y las plantas. Creo que son cinco piedras pero uno sólo puede ver
cuatro a un tiempo. El jardín como espectáculo o como una serie de
espectáculos. El hecho es que uno no abarca nunca la totalidad del jardín, uno
ve hasta cierto punto; cuando uno llega a ese punto hay un desvío, aparece algo
imprevisto, puede ser un arroyo, un puente, un pabellón, otro desvío; y así el
jardín es una serie de espectáculos. Pero puedo equivocarme en esto.
Desde luego a mí me
había interesado la literatura japonesa. Yo he leído sobre todo las versiones
de Arthur Waley, la versión de Genji Monogatari de Murasaki Shikibu, y la
poesía japonesa. Ya en esa poesía pude apreciar una diferencia. Porque nosotros
pensamos sobre todo en largos poemas, en La Divina Comedia, en el Paraíso
Perdido, en La Odisea, en La Eneida, en canciones de gesta medievales. En cambio,
la poesía japonesa empezó, si es que los estudios de literatura no nos engañan,
por poesías relativamente breves, de cincuenta a sesenta versos, pero luego se
sintió que eran demasiado largos y se llegó a la tanka, que consta de treinta y
una sílabas, en versos de 5-7-5 sílabas, y luego vendría a ser el alejandrino:
7-7. Para nosotros las treinta y una sílabas nos parecen muy breves, en cambio
para los japoneses eso fue demasiado largo, y les llevó a crear el haiku,
especie de joya de diecisiete palabras: 5-7-5.
El fin de los
poemas es apreciar un instante precioso. Un haiku bien hecho tiene que cumplir
una mención de una de las estaciones del año. Creo que hay libros en los cuales
hay por ejemplo cincuenta maneras de indicar el otoño, cincuenta maneras de
indicar el estío, o lo que fuere. Uno puede repetir una de esas fórmulas y no
importa, porque no hay la idea de plagio. El autor tiene que tratar de hacer
algo bello. Si eso bello no es enteramente original no importa. Bueno, yo he
intentado con escaso éxito el haiku. En algún libro mío hay diecisiete haiku,
pero no sé si lo he logrado. Pero para qué recordar lo que se ha hecho en
castellano. Prefiero rcordar un famoso haiku que dice así: "El viejo
estanque / salta una rana / ruido del agua". Son 5-7-5 sílabas. Hay otro
que a mí me parece mejor pero que es menos famoso y que vuelve ahora a mi
memoria: "Sobre / la gran campana de bronce / se ha posado una
mariposa". En ambos haiku no hay metáfora, no se compara una cosa con
otra. Es como si los japoneses sintieran que cada cosa es única. La metáfora es
una pequeña operación mágica. Hablamos por ejemplo del tiempo y lo comparamos
con un río, hablamos de las estrellas y las comparamos con ojos, la muerte con
el sueño. En la poesía japonesa se busca el contraste. Vemos el contraste entre
la perdurable campana y la mariposa efímera.
Estando en Japón ya
sentía continuamente la cortesía, que solía tomar la forma del silencio.
Entramos en un teatro para asistir a una representación de no y yo pensaba que
en la sala no había nadie, pero sin embargo estaba llena de gente, pero nadie
alzaba la voz. Luego otro rasgo curioso es que el interlocutor siempre tiene
razón. Yo recuerdo que visitamos el santuario del Buda en Nara, me dijeron que
el rostro era terrible. El edificio era de madera, quizá el edificio de madera
más antiguo del mundo. El Buda está sentado sobre una flor de loto. Hay una
escalera por donde uno puede llegar a tocar los pétalos de la flor y uno sabe
que más allá continúa el Buda de rostro terrible; me dijeron que la cabeza del
Buda casi toca el techo de la cúpula. Vimos aquello y alguien al salir preguntó
si la imagen del Buda era de madera. Un sacerdote que dominaba el inglés
contestó: "Sí, es de madera". Dejó pasar el tiempo y otro preguntó al
mismo sacerdote: "¿De qué está hecha la imagen del Buda?" El
sacerdote, sin contradecirlo, sin ofenderlo, pudo decir: "De bronce,
señor". Todo eso corresponde a un modo muy complejo. A un mundo de buenos
modales, a un mundo de gente
educada, culta, y
eso para mí, que era un bárbaro en Asia, me sorprendió.
Ahora veamos por
ejemplo la historia reciente del Japón. Japón sufrió una derrota terrible, la
aceptaron. No hubo ninguna hipocresía y sin modificar sus estructuras, sin
perder su reverencia al emperador, el país resolvió cambiar, aceptar ese
mecanismo occidental que los había destruido, y ahora se da este hecho
increíble para nosotros. El hecho increíble es que Japón ahora posee dos
culturas: su cultura oriental y la cultura occidental. A ésta, la ejercen mejor
que los occidentales, a juzgar por las máquinas que se fabrican en Japón que
son más evolucionadas, más refinadas y más elegantes también, porque el sentido
estético del Japón perdura. Así el Japón ha ido recibiendo influencias. Por
ejemplo, cuando se habla de China, a pesar de las diferencias políticas, se
habla con una reverencia filial. Yo pienso que la introducción de los kanji,
del budismo, tiene que haber sido para ellos una revolución no menos grande que
la revolución actual de la cultura occidental que ellos han aceptado. Son
ciento veinte millones de hombres que están ejerciendo dos culturas. Lo hacen
sin lamentos, sin una elegía. Ellos han adquirido algo más, ellos han visto en
esa derrota una secreta victoria.
He estado tratando
de saber algo de japonés. Por ejemplo, nosotros contamos uno, dos, tres,
cuatro, cinco y usamos las mismas palabras para cualquier cosa. Decimos
"un" y lo que viene después puede ser un ancla, un ángel, un sol, lo
que fuere. Pero en japonés creo que hay nueve modos de contar las cosas, y las
palabras varían también según los números. Por ejemplo hay un sistema que sirve
para contar cosas largas y cilíndricas; este bastón o un lápiz o un taco de
billar. Hay otro para contar animales chicos o grandes. Todo eso me ayuda a
comprender la brevedad de la poesía japonesa. Me dicen que no es algo que atañe
a unos pocos. No, todo el mundo versifica. Creo que por año se escriben un
millón de haiku; los escribe un campesino, un obrero, el Emperador, y si buscan
ese límite es porque sin duda tienen un idioma más complejo que el nuestro. Yo
sospecho que el japonés es a nuestras lenguas occidentales lo que nuestras
lenguas son al guaraní o al quechua. Es más complejo. Una prueba de ello es que
buscan formas breves porque saben que el idioma les permite hacer poemas
admirables de diecisiete sílabas. Ellos se han impuesto esto porque sin duda
saben que pueden hacerlo. He empezado a estudiar ese idioma que no sabré nunca,
pero es algo así como si supiera que algo es inmortal, que de algún modo seguiré
estudiando japonés después de mi muerte corporal. ¿Por qué no creer en la
transmigración, que es algo que en los países orientales no se trata de
explicar?
Jorge Luis Borges
[Conferencia
pronunciada el 8 de julio de 1985 en la sala Promúsica de Buenos Aires]
No hay comentarios:
Publicar un comentario