sábado, 18 de febrero de 2012

Crónica del pájaro que da vuelta al mundo (Fragmento)




—¿Qué pasa, quieres algo?
—¿Sabes escribir poesía?
—¿Poesía? —repetí asombrado ¿Poesía? ¿Qué querría decir con poesía?
—En la editorial de un conocido publican una revista literaria para chicas y están buscando a alguien que seleccione y corrija las poesías que envían las lectoras. Además, quieren que escriba cada mes una poesía corta para la portada. No pagan mal, tratándose de algo tan sencillo. Es un trabajillo de pocas horas, claro, pero si te fuera bien, quizá te podrían pasar otros trabajos de redacción...
—¿Algo sencillo? —dije—. ¡Espera un momento! Lo que yo estoy buscando es un trabajo que tenga que ver con las leyes. ¿De dónde diablos has sacado la idea esa de hacerme corregir poesías?
—Pero ¿no decías que escribías cuando ibas al instituto? —Sí, ¡pero en un periódico! ¡En el periódico del instituto! Que tal clase había ganado el campeonato de fútbol, que el profesor de física se había caído por las escaleras y que lo habían ingresado..., chorradas por el estilo. Artículos de este tipo. No poesía. Poesía no sé escribir. —Bueno, poesía, lo que es decir poesía... Las poesías que leen las niñas que van al instituto. No te digo que escribas poesías magníficas, de las que quedan para la historia de la literatura. Conque lo hagas a tu manera es suficiente. ¿Me entiendes, verdad?
—Ni a mi manera ni nada. No tengo ni idea de escribir poesía. Ni he escrito nunca, ni pienso empezar a hacerlo ahora —rehusé categóricamente. Es que no tengo ni la más remota idea de cómo se escribe una poesía.
—Vaya... —dijo mi esposa con pesar—. Pero ese trabajo que dices relacionado con las leyes es difícil de encontrar, ¿no?
—Hago correr la voz. Seguro que me dicen algo en cualquier momento. Y, si no funciona, ya pensaré en otra cosa.
—¿Ah, sí? Bueno, está bien. Como te parezca. Por cierto, ¿qué día es hoy? —Martes —dije tras pensármelo unos instantes.
—Entonces, ¿irás al banco a pagar los recibos del teléfono y del gas? —Dentro de poco saldré a comprar la cena y, entonces, me pasaré por el banco.
—¿Qué harás para cenar?
—Aún no lo he decidido. Ya lo pensaré cuando haga la compra.
—Por cierto —dijo en tono serio mi mujer—. He estado pensando sobre ello y quizá no sea necesario que te apresures en buscar trabajo.
—¿Por qué? —pregunté asombrado de nuevo. Parecía que todas las mujeres del mundo habían decidido sorprenderme por teléfono aquel día—. El subsidio de desempleo se acabará un día de estos y yo no puedo estarme indefinidamente de brazos cruzados.
—Pero a mí me han subido el sueldo, y mi otro trabajo marcha bien, tenemos algunos ahorros y, si no derrochamos, podemos ir tirando. ¿No te gustaría seguir así, en casa, haciendo las tareas domésticas? ¿No te va este tipo de vida?
—Pues no lo sé —respondí con honestidad—. No lo sé.
—Bueno, tómate tiempo para pensarlo —dijo mi mujer—. Oye, ¿ya ha vuelto el gato? El gato. Al oírlo me di cuenta de que no me había acordado de él en toda la mañana. —No, todavía no ha vuelto.

 Haruki Murakami


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