domingo, 11 de marzo de 2012

Muy carver



Me dice que no tengo derecho a divulgarlo todo. La miro, tomo un trago y le digo que no estoy divulgando nada.
 ¿Por qué lo tenés que contar así?, me dice.
 Es la ficción, vos sabés, le explico.
 Entran dos mujeres y se quedan paradas en el umbral, la puerta entornada. La mesera se acerca y les dice algo. Ellas asienten, caminan un trecho y la mesera cierra la puerta. Hay, en esas mujeres, un aire de confusión que me llama la atención.
 Dice: no es eso. Quienes te conocemos nos damos cuenta de que escribís sobre cosas que te pasan. Escribo sobre el amor entre hombres y no soy homosexual, le digo, sin dejar de mirar a las mujeres que acaban de entrar: una de ellas saca un pañuelo y se seca la frente.
 Suspira, agacha la cabeza. Dice: me duele, ¿sabés?
 Digo: nunca escribí tu nombre, no entiendo por qué…
 Me interrumpe: lo de los patos… con qué necesidad. No tenías por qué haberlo escrito, no de esa manera. Dolió…
 Era una manera de describir ciertas situaciones que… que no tienen retorno.
 ¿Y lo de las tazas de té?
 ¡Por favor… es ficción!
 ¿Y lo de aquel muchacho que viaja en busca de una mujer que…?
 Por favor, cortémoslo aquí… Me mira, sacude la cabeza. Las mujeres ya se han sentado y la mesera les lleva una botella de gaseosa y dos vasos. La miro de nuevo: sacude apenas la cabeza, le tiemblan los labios. Vos no tenés derecho, me dice. Yo no tengo por qué enterarme con cuántas te acostas, no con esa cantidad de detalles…
 Nunca escribí tu nombre, le repito. Callamos un instante. Me quedo mirando a las mujeres que acaban de entrar: no dejan de observar el lugar, la gente, el techo.
 No es una cuestión de nombres… hace unos días alguien me envió uno de tus textos. Me dijo que le parecía inspirado en mí.
 Decime quién… seguro es un lector agudo para sacar semejante conclusión, le digo.
 No te importa nada… y lo peor es que a esta charla, también, la vas a divulgar, dice.
Se calla y sospecho que no va a volver a hablar.
 Le digo que esta situación se parece a un relato de Carver. Me mira y se encoge de hombros. Siento la necesidad de explicarle de qué se trata el asunto, pero sé que no me va a escuchar.
Todavía suena lo último que me ha dicho (no te importa nada… y lo peor es que a esta charla, también, la vas a divulgar). Y siento la necesidad de responderle.
Digo: pues…es muy probable que esto también sea escrito.
Ella ni me mira. Le he hablado a la nada.
 Pido la cuenta y pago. Pero nos quedamos sentados, en silencio, sin siquiera mirarnos. Miro hacia la mesa del fondo: las dos mujeres están paradas. Una de las meseras se acerca y ellas le pagan. Comienzan a caminar, siempre envueltas en ese aire de confusión. Yo no dejo de mirarlas. En el camino, una de las mujeres roza una cartera colgada de una silla, y la voltea.
De inmediato se agacha, la levanta y la entrega pidiendo disculpas. Ahora vuelvo a ella: mira los vasos vacíos sobre la mesa, un asomo de pena en su cara. No habla y no lo hará hasta que nos despidamos. Yo volteo hacia la puerta y me quedo mirando a las mujeres: salen y se quedan paradas en la vereda. Una de ellas intenta cruzar la calle, pero la otra le agarra la mano, la sujeta, sin dejar de mirar hacia arriba.

Gabriel Guanca Cossa

Puedes oirlo en la voz del autor AQUI!


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