De Nicolás Martínez Ribó hemos seleccionado los poemas inéditos: “Fuego cruzado”, “Para qué correr entonces”. Y de su novela también inédita “Las esquirlas”, el capítulo “Adiós a los floristas”.
Su mirada se posa en el mundo urbano. Él es más que un voyeur que contempla impávido desde su ventana el impresionista sucederse de las horas sobre los objetos y los seres, un flâneur que se pierde entre la gente.
Martínez Ribó no ignora que el tiempo es lo que el viento y la lluvia a las piedras: un erosionador potente. Tampoco ignora que la literatura es, del hombre, su eterno garante. Un Cronos a contratiempo, que gira hacia atrás las agujas de un reloj que sabe inexorable. Un Saturno que una y mil veces devoraría a sus hijos solo para garantizarse la finitud de sus cuerpos amenazantes. Un tiempo sin tiempo, esa es la loca utopía del hombre. Pero este sucede tan solo una vez. Y preciso saberlo para cuidarlo.
Cada palabra, cada minuto desatan en Ribó la denodada urgencia por resguardar lo efímero de las garras del olvido. Por eso escribe. Para que no se mueran las cosas y los seres que un día se ha amado. Como el fotógrafo, el cineasta o el taxidermista, él detiene el mundo en aquello que desea permanezca inmortal. El escritor tiene sus métodos. Nadie olvidará, por ejemplo, al enorme Arlt escribiendo como un loco aguafuertes a contrapelo de su época, desafiando el buen gusto de los aristócratas señores, y el recato remilgado de sus gordas esposas al leer la detallada crónica de un atardecer en los arrabales porteños, verbigracia.
Como el poeta japonés, que al escribir haikus intenta a toda costa eternizar el instante y la impresión del instante en el que contempla ese instante; Ribó pinta con palabras las postales de su Tucumán citadino. Y al pintarlas va insertando guiños de anhelos imposibles: que no se pierda eso que ahora mira, que no se vayan los floristas de la peatonal, que no se aggiorne tanto todo que no quede casi nada de lo que otrora ha sido. Nostalgia del porvenir. Flashforward de una tristeza que vendrá.
El oficio de escritor consiste, para Ribó, en conocer o más bien ilustrar, el contradictorio sinfín que ofrece el mundo, sus reverberaciones y sus brechas.
Un pensamiento pugna por ser escrito, y es el escritor quien a través de la palabra materializará la idea. Sabe que ni la ficción ni la poesía están exentas de elucubración, y entiende que el abordaje debe ser original.
Lo cotidiano se eleva en Ribó a la condición de materia literaria. Una realidad que el poeta desea aprehender para salvarla. Y mirar salva. Mirar lo que otros por desidia o desinterés no miran, salva. Salva al objeto mirado.
La escritura es al poeta, lo que el poeta a las cosas y los seres: una garantía a perpetuidad. “Escribir es lo único que, mal o bien, sé hacer”, sostiene Ribó. Y aprieto stop.-
María Belén Aguirre
*Reseña perteneciente a "AUTORES Y/O TEXTOS INÉDITOS POR SÍ MISMOS. Otra antología", Biblioteca Parlante Haroldo Conti y Peras de Olmo- Ars continua, 2011.
FUEGO CRUZADO
ADIÓS A LOS FLORISTAS
PARA QUÉ CORRER ENTONCES
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