Nadie más que dos. Todo ahí tiene el color de las pesadillas… o de un mal sueño. Es casi lo mismo.
Es imposible saber si es un sueño o no. Si es inicio o fin de algo que, por llamarlo de alguna manera, le decimos “un sueño”.
Bueno, no importa: digamos que es una foto. Aunque puede ser un recuerdo o una escena que no avanza.
Un hombre parado mira, con los brazos cruzados, a otro hombre. La mirada no es recíproca: ese otro hombre parece dormido, tapado a medias con una sabana. Parte del cuerpo, la cabeza, al descubierto. Los brazos sobre el pecho, parece cautivo de un sueño profundo.
El hombre de pie lo mira y lo va a mirar eternamente. Dijimos que era una foto, un recuerdo o una escena que no avanza. De pie lo mira y lo interroga… tal vez le reproche algo. Nunca lo sabremos. Como tampoco sabremos si es inicio o fin de algo.
Sabemos que un hombre mira a otro. Que tal vez reconozca en el otro, el que yace dormido y con sus manos sobre el pecho, algo suyo: un rostro, un gesto, la vida.
Imaginemos que los ocasos se parecen al amanecer. Y que este hombre, tal vez, mire en ese otro, un ocaso, cualquier amanecer. Al fin y al cabo, alguna vez fueron uno mismo: el mismo ocaso, un solo amanecer.
Ahora ya no son. Y eso es lo que contempla.
Gabriel Guanca Cossa
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