De Luis Palacios hemos seleccionado las prosas poéticas: “Soy perro, que no”, “Niño en llamas” y “Bioema. La máquina de Jerónimo y el punto de no poesía”.
Un silencio se extiende por la vasta llanura santiagueña. Yo estoy aquí, en Tucumán, a dos horas y media de allí, sentada en la cocina de mi casa, escribiendo. No hay realismo mágico en mi percepción de ese silencio. Un hombre camina, lo oigo, va cruzando con paso lento la Plaza Libertad. Se detiene ahora frente a la fuente, e inclinando la cabeza se deja mojar por el pródigo chorro que emerge translúcido. Hace calor. Son las tres de la tarde. Y Santiago del Estero arde, otra vez, su naturaleza indómita de bestia triste.
El hombre camina ahora hacia un banco, buscando la sombra recelosa de algún árbol. Se sienta. Saca el celular de un bolsillo del pantalón y escribe.
En mi barrio, los grititos de los niños se van mezclando con el pitido del achilatero que anuncia glorioso su llegada en bicicleta.
Mi celular vibra en la mesa. Es un mensaje. Leo: “¿Cómo anda, Niña?. Yo aquí, verá, andando quedo”.
Es Luis Palacios. Escritor. Y su obra es la fiel, la auténtica prueba de su Ser. Eticidad resultante de la coherencia entre el decir y el hacer. Su literatura también obra en consecuencia.
Hay en la literatura de Luis Palacios una cadencia que delata su pertenencia. Los localismos, sus giros lingüísticos, sitúan al lector en el sonoro mapa de una provincia enteramente particular. Destellos de un telurismo aggiornado por las influencias literarias (realismo sucio norteamericano, realismo visceral bolañeano y los ecos de un Rulfo inequívoco) y las multimediáticas formas de la comunicación, hacen de su prosa un deleite para la amplia gama de lectores, cualquiera sea el corte generacional al que pertenezcan.
Como los animales y los pájaros que, para garantizar su supervivencia, simbiotizan con el entorno sus pelajes y sus plumas, Palacios se aggiorna. Pero el aggiornamiento no opera en él como un menoscabo de las singularidades de su yo poético, ni de sus rasgos identitarios.
Desde ese particular contexto simbólico, crea. Su obra postula, del hombre santiagueño, un melancólico y contemplativo modo de mirar el mundo. El mundo es para él un enigma a descifrar.
Palacios, tributario de una cosmovisión altruista que encuentra sus raíces en la Antipoesía de Nicanor Parra, postula la existencia de los llamados “Puntos de no poesía”. Momentos puntuales en los que el poeta, excedido por la brutalidad de las circunstancias, se ve inhibido para dar cabal cuenta de lo que siente. Su subjetividad se ve abrumada. Entonces el poeta se declara inoperante. Es allí cuando decide que es preciso, para poder superar ese estado desasosegado, trascender la instancia verbal y asumir con entereza y compromiso físico, la defensa in situ de esa metáfora del hombre que es la mórbida necesidad del otro. Por eso se arremanga los pantalones, hunde sus pies en el fango atribulado de una inundación en Santos Lugares, donde el agua, como un monstruo silencioso, ha comenzado a roer casas, objetos y viejos enseres.
Hay en Palacios la conciencia de que la palabra no basta. Pero ella es su herramienta principal, con ella bucea en el hombre los secretos de su doloroso estarse en el mundo. El hombre cede ante el hallazgo de saberse la más desprotegida de las bestias; sin dios ni padres a quien poder culpar por su desdicha. Un bicho milenario que va como fundiéndose con el primer infeliz que se le cruce en el camino (“Soy perro, que no”). Y no hay nanas, ni madres, ni inocencia, ni garantías de nada (“Niño en llamas”). Y no hay palabra que valga, por preciosa que fuese, para saldar la deuda del hombre con el hombre (“Biorema. La máquina de Jerónimo y el punto de no poesía”).
La noche va colándose sigilosa por la ventana, a mis espaldas. Es probable que en sus casas los niños duerman ya. El achilatero verá en la tele un programa que lo haga reír; mientras su mujer, las manos diestras, pigmente de fucsia furioso el agua-hielo.
Sobre la mesa, el celular vuelve a vibrar. Es un mensaje. “Duerma, Niña, se lo ruego”, dice.
Y pienso que tal vez ha llegado la hora de descansar.-
Un silencio se extiende por la vasta llanura santiagueña. Yo estoy aquí, en Tucumán, a dos horas y media de allí, sentada en la cocina de mi casa, escribiendo. No hay realismo mágico en mi percepción de ese silencio. Un hombre camina, lo oigo, va cruzando con paso lento la Plaza Libertad. Se detiene ahora frente a la fuente, e inclinando la cabeza se deja mojar por el pródigo chorro que emerge translúcido. Hace calor. Son las tres de la tarde. Y Santiago del Estero arde, otra vez, su naturaleza indómita de bestia triste.
El hombre camina ahora hacia un banco, buscando la sombra recelosa de algún árbol. Se sienta. Saca el celular de un bolsillo del pantalón y escribe.
En mi barrio, los grititos de los niños se van mezclando con el pitido del achilatero que anuncia glorioso su llegada en bicicleta.
Mi celular vibra en la mesa. Es un mensaje. Leo: “¿Cómo anda, Niña?. Yo aquí, verá, andando quedo”.
Es Luis Palacios. Escritor. Y su obra es la fiel, la auténtica prueba de su Ser. Eticidad resultante de la coherencia entre el decir y el hacer. Su literatura también obra en consecuencia.
Hay en la literatura de Luis Palacios una cadencia que delata su pertenencia. Los localismos, sus giros lingüísticos, sitúan al lector en el sonoro mapa de una provincia enteramente particular. Destellos de un telurismo aggiornado por las influencias literarias (realismo sucio norteamericano, realismo visceral bolañeano y los ecos de un Rulfo inequívoco) y las multimediáticas formas de la comunicación, hacen de su prosa un deleite para la amplia gama de lectores, cualquiera sea el corte generacional al que pertenezcan.
Como los animales y los pájaros que, para garantizar su supervivencia, simbiotizan con el entorno sus pelajes y sus plumas, Palacios se aggiorna. Pero el aggiornamiento no opera en él como un menoscabo de las singularidades de su yo poético, ni de sus rasgos identitarios.
Desde ese particular contexto simbólico, crea. Su obra postula, del hombre santiagueño, un melancólico y contemplativo modo de mirar el mundo. El mundo es para él un enigma a descifrar.
Palacios, tributario de una cosmovisión altruista que encuentra sus raíces en la Antipoesía de Nicanor Parra, postula la existencia de los llamados “Puntos de no poesía”. Momentos puntuales en los que el poeta, excedido por la brutalidad de las circunstancias, se ve inhibido para dar cabal cuenta de lo que siente. Su subjetividad se ve abrumada. Entonces el poeta se declara inoperante. Es allí cuando decide que es preciso, para poder superar ese estado desasosegado, trascender la instancia verbal y asumir con entereza y compromiso físico, la defensa in situ de esa metáfora del hombre que es la mórbida necesidad del otro. Por eso se arremanga los pantalones, hunde sus pies en el fango atribulado de una inundación en Santos Lugares, donde el agua, como un monstruo silencioso, ha comenzado a roer casas, objetos y viejos enseres.
Hay en Palacios la conciencia de que la palabra no basta. Pero ella es su herramienta principal, con ella bucea en el hombre los secretos de su doloroso estarse en el mundo. El hombre cede ante el hallazgo de saberse la más desprotegida de las bestias; sin dios ni padres a quien poder culpar por su desdicha. Un bicho milenario que va como fundiéndose con el primer infeliz que se le cruce en el camino (“Soy perro, que no”). Y no hay nanas, ni madres, ni inocencia, ni garantías de nada (“Niño en llamas”). Y no hay palabra que valga, por preciosa que fuese, para saldar la deuda del hombre con el hombre (“Biorema. La máquina de Jerónimo y el punto de no poesía”).
La noche va colándose sigilosa por la ventana, a mis espaldas. Es probable que en sus casas los niños duerman ya. El achilatero verá en la tele un programa que lo haga reír; mientras su mujer, las manos diestras, pigmente de fucsia furioso el agua-hielo.
Sobre la mesa, el celular vuelve a vibrar. Es un mensaje. “Duerma, Niña, se lo ruego”, dice.
Y pienso que tal vez ha llegado la hora de descansar.-
María Belén Aguirre
*Reseña perteneciente a "AUTORES Y/O TEXTOS INÉDITOS POR SÍ MISMOS. Otra antología", Biblioteca Parlante Haroldo Conti y Peras de Olmo- Ars continua, 2011.
*Reseña perteneciente a "AUTORES Y/O TEXTOS INÉDITOS POR SÍ MISMOS. Otra antología", Biblioteca Parlante Haroldo Conti y Peras de Olmo- Ars continua, 2011.
SOY PERRO QUE NO
BIOREMA, LA MÁQUINA DE JERÓNIMO Y EL PUNTO DE NO POESÍA
NIÑO EN LLAMAS
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